No señores, no se ha acabado el mundo. Hemos sobrevivido al año 2012. Sin embargo, la profecía de los mayas sigue vigente. El 21 de diciembre acabó una Era y empezó otra, la Era del Conocimiento y la Sabiduría. Esta Era da paso a una purificación absoluta en la humanidad, por el bien de nuestro querido planeta y ser vivo, la Tierra. Podríamos estar hablando de otro Apocalipsis. Las profecías mayas son infalibles, por lo tanto es más que probable que los próximos años sean los últimos de tu existencia. Y en este blog vamos a disfrutarlos al máximo ;)
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martes, 22 de abril de 2014

La gran 'M'

La primera impresión que me llevé de Montpellier fue que se trataba de una ciudad activa, llena de vida, parecida a Alicante o Murcia. Rebosa juventud. Tiene casi trescientos mil habitantes, y es la ciudad francesa con más españoles. Sin embargo, en Montpellier y el resto de Francia, por lo que se ve y por lo que me dice mi amigo Samuel, se respira tranquilidad y mucha, mucha paz. Apenas oí un solo grito durante mis cinco días allí. Por la tarde, con la Plaza de la Comedie repleta, jamás había sensación de alboroto. Por la noche no se oía una mosca.


La casa del padre de Samuel estaba por el centro, enfrente de una rotonda donde descansaba una ‘M’ enorme, la ‘Gran M’ –de Montpellier-. El balcón daba a un Carrefour más pequeño de los que tenemos en España, y unos metros más allá había un McDonald´s del que robábamos el wifi constantemente.

Porque si algo se ha caracterizado este viaje es por la total desconexión del maravilloso mundo del Whatsapp, el Twitter y el Facebook. Enchufar los datos en el móvil era parecido a clavarse una estaca en el pecho. No podíamos aceptar llamadas ni mensajes. Pasamos de estar pegados al aparato a tener que cargar la batería apenas una vez en tres días.

La casa en la que vivimos desde aquella mañana de domingo hasta jueves por la noche era un pequeño apartamento en un edificio prácticamente nuevo, que tenía la cocina en el salón, contaba con tres habitaciones, un aseo en el que la ducha era el mismo suelo y un pequeño cuarto con el retrete. Javi y yo dormimos en un sofá que se convertía en colchón, en la habitación de Samuel. Puede que lo peor del viaje fuera que los dos roncaban como condenados, y encima andaban constipados. El festival de ronquidos con mocos se dio una noche sí y otra también.

Y probablemente lo mejor fueron las comidas del padre de Samuel. Pasta con boeuf, Hachis parmentier, pasta con salsa boloñesa, lentejas con carne… Creo que repetí en todas y cada una de las comidas, siempre acompañadas por el queso que se podía oler en toda la casa si abrías el frigorífico. Probamos las fresas francesas –más pequeñas, más rojas, y más dulces- y una especie de mini empanadas rellenas de sepia, producto local. También nos dio por comprar y probar cinco latas diferentes de cerveza que no habíamos visto en la vida.


Tras comer la pasta con el boeuf, lo primero que hicimos fue salir corriendo a buscar un pub irlandés donde ver el Liverpool-Manchester City, partido decisivo en la lucha por la Premier League. El único que encontramos tenía tropecientos escalones –imposible que Samuel entrara- y ya llevaba media hora empezado. Así que optamos por dar una vuelta por Comédie, seguramente el lugar más concurrido y espectacular de la ciudad. Allí encontrabas gente de todas las nacionalidades y culturas: magos, bailarines, ejecutivos, vagabundos, turistas…  Era como si estuviéramos en el centro del mundo.

A las cuatro de la tarde ya estábamos reventados. Fuimos a la estación de trenes para ver si vendían periódicos españoles –todavía no había conseguido comprar El Mundo-. ¿Sabéis que utilizar el baño de la estación cuesta 50 céntimos? De locos.

Llegamos a casa sobre las cinco, y mientras yo trataba de escribir por ordenador parte del trabajo de la Universidad que tenía que mandar por correo, Javi y Samuel buscaban algo que ver para pasar el rato. Finalmente, tras comprobar que algunos teclados franceses no tienen la tilde –ese era uno de ellos- y que muchas de las teclas estaban cambiadas de orden y me costaba la vida escribir una línea, desistí y me uní a ellos para ver un capítulo de ‘Juego de Tronos’. Ignoro cuánto tiempo duramos viéndolo, sí sé que cuando me despertaron yo no sabía ni en qué día estaba. Nos trasladamos a la habitación de Samuel y ya no volví a ver la luz del día hasta las siete de la mañana, cuando ya no se podía dormir más. Era físicamente imposible. Habíamos dormido más de dieciséis horas.



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